Un Willy Wonka verdadero: Bruno Munari
por Sarah Weston*
Bruno Munari (Milán 1907-1998) fue un artista
conceptual, un diseñador, un escritor, un educador y en cierto sentido, un
científico. Ganó diferentes premios por su trabajo en varios campos. Para mencionar
solamente unos pocos, ganó tres veces el "Compasso d’Oro", premio italiano de
diseño; varios premios por sus libros para la infancia, tanto en su papel de
autor como de diseñador gráfico; y el premio Lego por su "aporte excepcional al
desarrollo de la creatividad en los niños". Se dice que Picasso lo definió como
"el nuevo Leonardo". Sin embargo, lo que más me hace apasionarme de Munari es
su filosofía, su modo de vivir y, sobre todo, sus ganas de compartir todo eso
con los demás, ya sean pequeños o grandes. Al igual que Willy Wonka, el
excéntrico propietario de la fábrica de chocolate en el libro del escritor
británico, Roald Dahl (Charlie y la fábrica de chocolate), Bruno Munari fue un
inventor y un hombre que sabía conservar el niño dentro de sí. Fue un hombre
que también se divertía y quería enseñar, no sólo a niños, sino también a
adultos, cómo abrir la mente y sumergirse plenamente en la vida, con gran
ironía, para mejorarla para todos.
Una introducción ideal para
demostrar no sólo la ironía de este hombre tan original, sino también su
capacidad de ver las cosas desde una perspectiva diferente, podría ser su
descripción de cómo llegó a este mundo: "De repente, sin que nadie me
avisara, me encontré completamente desnudo, en plena ciudad de Milán, la mañana
del 24 de octubre de 1907". Mi padre tenía contactos con las personalidades más
altas de la ciudad, pues era mesero en el "Gambrinus". Mi madre se daba aires
bordando abanicos". Después de una formación autodidacta como artista,
Munari hizo sus primeras exposiciones con la segunda generación de los
futuristas italianos. Sin embargo, Munari no se quedó mucho tiempo con los
futuristas, ya que nunca en su vida se identificó con una corriente de arte
específica, porque eso hubiera significado para él el riesgo de quedarse con
una etiqueta, o peor aún, quedarse estático, sin ir con el paso del tiempo. Así
que, ya en los años treinta, estaba siguiendo otro camino, diseñando sus
‘Máquinas Inútiles’: "formas suspendidas en el espacio, bajo la acción casual del
aire, [que] se combinan de muchas maneras diferentes... Ninguna galería de arte
quería exponerlas, me decían: pero ¿qué es eso? No es pintura, no es escultura,
se cuelgan del techo como lámparas..." En efecto, Munari era un hombre que sí
sabía cambiar con el paso del tiempo. Cuando, por ejemplo, inventaron la
fotocopiadora para producir copias exactas del original, él inventó un modo
para jugar con eso y crear una obra de arte. Creó las Xerografias originales,
las cuales demostraban que si uno movía el texto durante la fotocopia, se
creaba una imagen original y única.
Il mare come artigiano (El mar como artesano)
Xerografia
originale, cm 30 x 42
Munari visitó varias veces Japón,
país en el cual tuvo gran éxito. Ahí, y en la filosofía oriental, encontró
muchas cosas que coincidían con su pensamiento, y por lo tanto, dicha filosofía
se refleja en sus teorías didácticas, así como en su obra. En particular, se
ven los principios de Lao Tse, un filósofo chino que vivió en el siglo VI a.C.
Lao Tse no estableció ningún código de comportamiento rígido. Creía que la
simplicidad era la llave de la verdad y de la libertad. De la misma manera,
Munari decía: "complicar es fácil, simplificar es
difícil". Entre los varios ejemplos de la capacidad de Munari de simplificar
para educar a los niños, se podría escoger su libro Dibujar un árbol (1978), el
cual explica, en términos extremadamente claros y simples, exactamente cómo son
los árboles y de esta manera cómo dibujarlos.
Lao Tse animaba a sus seguidores a
observar y de tal manera tratar de entender las leyes de la naturaleza. Bruno
Munari era un experto en ver las cosas como son y enseñar a los demás cómo
hacer lo mismo. En su libro Guardiamoci negli occhi (1970) escribió que todos
los que tienen la misma manera de ver el mundo y la misma "apertura visual", no
pueden comunicar diferentes observaciones entre ellos, por lo tanto, decía que
hay que tratar siempre de ver el mundo con ojos diferentes y desde diferentes
perspectivas. Por lo tanto, creía que el papel de los artistas era el de
enseñar a la gente cómo percibir el mundo de manera diferente, de tal modo que
eso se refleje en su obra. Sus "Máquinas inútiles", por ejemplo, el "agitador
de cola para perros flojos" demuestran una perspectiva completamente diferente
a la de las máquinas de la primera mitad del siglo XX. Otro ejemplo es su
respuesta a la invención de la televisión a colores: él inventó unos lentes
para poder ver la televisión a colores en blanco y negro.
Los lentes de Munari
Otra filosofía oriental que se
refleja en su obra, ya sea en su método didáctico o en su arte, es la del
Budísmo Zen. Según dicha filosofía, la enseñanza no es un conjunto de nociones
que pasan del maestro al discípulo, sino que el maestro tiene el objetivo de
despertar la capacidad crítica del discípulo, demoliendo los prejuicios que le
impiden tener una visión exacta del mundo. En sus obras, Munari dejaba unas
pistas para que la gente entendiera su trabajo sin decirles todo porque "Una
explicación muy exhaustiva anularía la función del objeto... creado, al
contrario, para estimular la fantasía." Un ejemplo es la "Silla
para visitas breves", la cual es un silla que tiene un asiento inclinado hacía
abajo, para hacer que quien se siente en ella se deslice hacia el piso.
Sedia per visite brevi
(Silla para visitas breves) (Singer)
1945-1991 Produzione Zanotta
Sin embargo, es en su método
didáctico en el que se ve más evidentemente esta filosofía, a través de sus
"laboratorios-liberadores" para los niños. En dichos laboratorios, Munari
aplicaba su idea de "no hay que decir qué hacer, sino cómo hacer", dando a los
niños la posibilidad de liberar su creatividad, simplemente enseñándoles cómo y
dejándolos jugar con la curiosidad. Bruno Munari entendía una cosa muy importante,
que quizás falta en la pedogogía de Occidente de hoy: no hay que ‘proteger’
demasiado a los niños, ni tratar de asegurar que sus obras de arte salgan como
programadas: "la perfección (...) es bella, pero tonta: hay que conocerla, pero
romperla."
Munari que crea un árbol de papel en uno de sus
laboratorios-liberatorios
Pero Munari no se limitó a los
adultos del mañana. Volviendo al libro de Roald Dahl, en la fábrica de Willy
Wonka, el abuelo de Charlie vuelve a sentirse joven. Como Willy Wonka, Bruno
Munari nos enseña cómo encontrar de nuevo al niño que está dentro de nosotros.
Munari se daba cuenta de que creciendo los hombres pierden el espíritu
espontáneo que les permite ver más allá de la convención y la rutina, a veces
haciéndoles perder también el sentido del humor y el buen sentido. Según
Munari: "Conservar la infancia dentro de sí por toda la vida quiere decir
conservar la curiosidad de conocer, el gusto de entender y las ganas de
comunicar". Estas palabras resumen no sólo lo que él quería enseñar al mundo,
sino también su arte, mucho de su filosofía y, sobre todo, como él mismo vivió
su vida.
Como
Willy Wonka, Bruno Munari inventaba, no el chocolate, sino algo todavía mejor
(si es posible), inventaba maneras para que los niños (y adultos) pudieran
expresar su creatividad libres de inseguridades y con mente abierta, con la
esperanza de que conservaran esta capacidad también de adultos.
* Estudiante italiana de Español Intermedio 3
CEPE-CU, UNAM, México, D.F.
sarah.weston@libero.it
Referencias
Imágenes:
www.fondazioneferrero.it