Mexicanización
Magdalena Gniot*
Fotografías de Magdalena Gniot |
Toda la semana no podía dejar de asombrarme. ¿Qué me hizo gritar con alegría: ¡Viva México! y ponerme los aretes con colores de bandera mexicana? ¿Habrá alguien puesto una hierba mágica en mi sopa, o me habrá dado un beso intoxicado con el amor por esta tierra extraña al otro lado de mi mundo? ¿Por qué me gustó tanto mojarme con la lluvia, mientras esperaba casi una hora hasta que el presidente salio a su balcón para iniciar el Grito? El odio para las manifestaciones políticas había pertenecido a mi alma desde la niñez, que pasé en un país de "socialismo real", y nunca me permití ondear mi bandera en el día de independencia ni escuchar con paciencia a ningún payaso oficial. Entonces ¿que pasó conmigo ese 15 de Septiembre? Creo que por primera vez me tocó participar en una reunión pública que era una verdadera FIESTA.
Sin embargo, el uso de la misma palabra para hablar sobre la "Fiesta" de Independencia y sobre las "fiestas" que se organizan para emborracharse con amigos cada fin de semana, significa algo importante. Aquí, al contrario de en los países europeos, estos dos tipos de evento no son cosas de naturaleza diferente. En Europa nunca la fiesta oficial es la Fiesta real, privada, que viene de los corazones de la gente. Las conmemoraciones de importantes fechas políticas son espectáculos del gobierno, que están presentados en la manera muy seria y en la convención del teatro tradicional que aburre los espectadores desde hace mínimo un siglo. Los hechos ceremoniales en Polonia no son complicados ni muy divertidos: el presidente pone las flores en la Tumba del Soldado Desconocido, otros oficiales ponen flores en otras tumbas o lugares donde murió la gente por alguna razón importante.
También tienen su parte los gobernantes de almas que organizan las misas en memoria de todos los que murieron por la patria o el bienestar de pueblo. Además, tiene su parte el ejército, que a veces desfila, y a veces da una salva para honrar a los que dieron su vida para que nosotros vivamos mejor. No conozco a ninguna persona que voluntariamente aguante toda la transmisión de estas "fiestas" en la televisión, ni a ningún voluntario participante que no haya perdido a alguien de su familia en los eventos conmemorados, porque sólo esto puede ser un razón para sobrevivir estos conciertos del aburrimiento y la tristeza. Nosotros olvidamos la poética de festejar juntos cuando la nación, lo oficial se separó de lo privado, y ninguna ceremonia del estado puede ser la Fiesta en el sentido mexicano, porque pertenece al otro mundo. Esta separación grave se constituyó en el periodo de 50 años del "socialismo", durante los cuales cada uno necesitaba afirmar el sistema por hechos externos, pero entre amigos, en casa, criticaba el mismo sistema y buscaba la libertad interna en el sentido filosófico, porque le quitaron la libertad física.
Aquí, en México, en el Día de Independencia se borran las fronteras entre espectadores y actores, entre oficiantes y asistentes. Como escribe Octavio Paz, "todos forman parte de la Fiesta", que es "un hecho social basado en la activa participación de los asistentes"[1]. Sin espectadores-participantes la ceremonia no podría ser ejecutada. El acto del Grito, en el cual comparten los ciudadanos con su gobierno, es el diálogo ritual, que prolonga la existencia del Estado en la manera chamánica, crea una imagen simbólica que después será implementada por las individuales en el nivel físico. En Europa, la cual todavía no puede olvidar a Hitler, Stalin y Mussolini, el rito político no tiene buena fama, y los políticos no se atreven a usar este instrumento en reuniones públicas. Pero el maldito éxito de estos señores es una confirmación de que los instrumentos chamánicos, los ritos sociales tienen la influencia verdadera en la gente, y pueden transformar la realidad. En México no se tiene miedo a los ritos en la vida pública. La poética de las ceremonias oficiales es más moderna que en Polonia, viene de la Segunda Reforma del Teatro: todos interactúan en el espectáculo que se transforma en la Fiesta, y la obra final depende de esta interacción.
El rito y la Fiesta son hechos sociales que han reunido las sociedades y han fortalecido el orden y jerarquía en los países hace siglos. Es muy sorprendente que los carnavales en Europa medieval y las fiestas precolombinas hayan sido construidos con la aplicación de las mismas reglas. La Fiesta en las dos culturas era un tiempo especial, en el cual reinaba el "Orden al revés". Todas las tensiones en la sociedad se liberaban en los días de locura. Lo sagrado se desacralizaba y lo maldito se veneraba. Los hechos prohibidos estaban permitidos a los de abajo: pobres y locos se convertían en señores durante un período definido de tiempo. Y esto, como comenta Octavio Paz, constituye la Fiesta mexicana hasta hoy día. "El tiempo de fiesta es otro tiempo (situado en un pasado mítico o en una actualidad pura). El espacio en el que se cambia de aspecto, se desliga del resto de la tierra, se engalana y convierte en un sitio de fiesta"[2]. "La Fiesta es una Revuelta, en el sentido literal de la palabra. (…) Todo cohabita, pierde forma, singularidad, y vuelve al amasijo primordial. La Fiesta es una operación cósmica: la experiencia del Desorden, la reunión de los elementos y principios contrarios para provocar el renacimiento de la vida. (…) La Fiesta es un regreso a un estado remoto e indiferenciado, prenatal y presocial, por decirlo así. (…) El grupo sale purificado y fortalecido de ese baño de caos. (…) La Fiesta niega la sociedad en tanto que conjunto orgánico de formas y principios diferenciados, pero la afirma en cuanto fuente de energía y creación"[3].
No podríamos llamar el día 15 de Septiembre "La Fiesta" si en la manera de festejar no existiera el Desorden al lado del rito oficial. El serio y formal grito patriótico esta acompañado con patriotismo informal. Los símbolos del mexicanismo cotidiano, como los sombreros, están aplicados directamente o están convertidos en juegos chistosos. La gente se viste con los colores de bandera nacional, se pinta las caras con verde, blanco y rojo, se pone cintas tricolores en el pelo. Las mujeres pegan a sus caras bigotes y cubren sus cabezas con sombreros gigantes. En el aire vuela el confetti junto con huevos y harina, y, por supuesto, aterriza en el pelo de todos los reunidos. Es obligatorio decorar con espuma a todos tus amigos y a todos los desconocidos que encuentras en tu camino. Las chinampinas y los fuegos artificiales dan la impresión de que empieza el Año Nuevo. Ahora empieza la diversión: las reuniones con los amigos y las familias con gran cantidad de tequila, danzas, alegría. La veneración de la imagen sagrada, la patria, con los rezos profanos.
Al día siguiente, un poco cruda y cansada, saludé el Vuelve al Orden. Los antepasados con sus técnicas sociales eran muy sabios. La Fiesta me mexicanizó. Cuando me acuerdo de este alegre vuelo del alma con alas de espuma y tequila, siento que se estableció algo extraordinario: mi relación emocional con la independencia de México es más profunda que mi relación con la independencia de mi país. ¡Que viva la Fiesta!
* Estudiante polaca de Literatura Mexicana
CEPE-CU, UNAM, México
Magdalena