Liliana, mi abuela
Irma Ramos Palacios*
Conocí a mi abuela Liliana cuando cumplí ocho años. En aquella ocasión mi madre se veía molesta, su cuerpo estaba rígido y se rascaba con enojo detrás de la oreja, como si una abeja la hubiera picado; tenía los dientes apretados, como cuando me regaña; yo pensé que estaba a punto de reprender a mi abuela por alguna falta y eso se me hizo muy raro ¡porque las hijas no deben regañar a sus mamás! ¿O sí?
¡Y yo que creía que por fin había encontrado a alguien que me protegiera de mi madre!
—¡Vete por ahí! —me dijo exasperada—, a ver qué encuentras para entretenerte. Y yo, con alivio, las dejé hablando de sus cosas de adultas.
Antes de llegar, mi madre me había dicho: “vas a conocer a tu abuela; ella es un poco rara, todas sus cosas son raras y su casa lo es más. No le digas abuelita, le gusta que le llamen Liliana o solamente Lili, ¡y no me salgas con tus preguntitas!”. Sentía una gran curiosidad mientras íbamos caminando por la calle, y cuando tocamos el timbre oía mi corazón agitado como cuando digo una mentira y espero que ella no me descubra.
Entré en la recámara de mi abuela y por primera vez le di la razón a mi madre... ¡Todo era tan diferente a lo que yo había conocido! La habitación era muy grande y poco iluminada, unas cortinas de gasa blanca y terciopelo rojo rodeaban la cama redonda, había una estatua de un hombre desnudo de mármol blanco, pequeñas lámparas en pedestales en las esquinas, grandes espejos con marcos dorados y fotografías de una bella mujer rubia con diferentes hombres, muy guapos, como los artistas de las películas en blanco y negro.
Al fondo, un tocador con pelucas y postizas rubias, maquillajes, esmaltes de uñas y lápices labiales. Sentía tanta emoción, que empecé a sudar y quería gritar de alegría, pero me aguanté, para evitar que mi madre viniera a “tranquilizarme” con un jalón de orejas.
Abrí los cajones, con una mezcla de miedo y placer. Encontré muchos aretes y pulseras de oro relucientes y un largo collar de perlas; sentí que ya nada podía detenerme. Saqué una peluca rubia con rizos largos y me la puse, abrí el clóset y tomé una blusa brillante que me quedaba como vestido. Después, a elegir los zapatos de tacón: ¡tenía zapatos de todos los colores! Qué difícil es escoger cuando todo es tan hermoso. Finalmente me puse unas gotas de perfume atrás de las orejas, como hacen las mujeres en las películas, y abriendo otro cajón encontré un estuche con tarjetas blancas con una gran rosa roja que decían:
LILI DAMA DE COMPAÑÍA PREVIA CITA TELÉFONO: 59 27 18 14
Me acosté en la cama a tratar de descifrar el trabajo de Lili; pensé en las tarjetas que le dan en su trabajo a mi papá, con un bonito carro azul al centro, que dicen: JULIO GARCÍA VENDEDOR DE AUTOS. Pero nunca había sabido de alguien que trabajara como dama de compañía. ¿A quién acompañará? ¡Debe de ser muy bonito ir a trabajar tan arreglada como una artista de cine!
Me dormí mirándome en el espejo del techo y en mi sueño vi a una niña muy hermosa con el cabello rubio, los labios rojos y un vestido brillante; a sus pies unas letras se movían muy lentamente, como las letras de humo que los aviones forman en el cielo y decían: KARLA DAMA DE COMPAÑÍA
De repente, sentí como si alguien quisiera arrancarme el brazo; era mi madre sacudiéndome y gritando:
—¡Otra vez, Juan Carlos, haciendo de las tuyas! ¡Te voy a acusar con tu papá y ya verás si no te quita las ganas de vestirte de mujer! ¡Desgraciado! ¿Qué hice yo para merecer esto?
Imagen de la autora
*Estudiante de México del taller: Literatura mexicana en 6 lecciones
CEPE-UNAM, Ciudad Universitaria, Ciudad de México
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