Crónicas, cuentos y anécdotas |
Ese día que no festejé a la MuerteHegron Bastien* |
Ese día que no festejé a la Muerte Foto:http://faculty-staff.ou.edu/L/A-Robert.R.Lauer-1/CarlosFuentes.html Antes de contar mi dos de noviembre de 2015, tengo que advertirles que no hice nada al respecto. Ni visité unas tumbas en un cementerio. Bueno, sólo vi una de lejos. Ni vi las mega ofrendas. Contratiempos me lo impidieron. ¿Significaría que la muerte estuvo ausente ese día? No... Ese día pude ver a un primo de mi madre, Maxime, que estaba en México, para transmitir la carrera de Fórmula Uno para un canal francés. Como su avión salía a las 9:00 de la noche, y yo no tenía clases, coincidimos en ir a Teotihuacán. Llegué enfrente del hotel en la calle Liverpool un poco antes de las 9 de la mañana. Él estaba afuera, tratando de hacer una llamada. Después de saludarnos y de recordar cuándo fue la última vez que nos vimos, me anunció que su abuelo murió de vejez. Le presenté mis condolencias. Él intentaba contactar a su hermana, Marie, para organizar el viaje en tren de París a Nantes, para la ceremonia de sepultura en Vendée para el miércoles. Mientras hablaba con su hermana, que al final pudo contactar, me imaginé cómo se celebraba la muerte en Francia. Se festeja a los muertos el primero de noviembre. Es un día que siempre me ha parecido gris. Gris por el tiempo, nublado y lluvioso. Gris por las tumbas de esa piedra que se parece a mármol. Los crisantemos, flores cuyo color se despinta por la lluvia, ni siquiera logran embellecer las lápidas que adornan. Cada año iba con mi familia a ver a mis abuelos y a mis primos. Hacíamos un peregrinaje por varios cementerios, Montbert, Le Bignon y al final La Bruffière. Cada vez buscábamos a nuestros familiares. Nos quedábamos unos minutos en silencio, pensando en los enterrados. Mis padres nos contaban a mi hermana y a mí anécdotas, unas repetidas, otras inéditas. Pues eso iba a ser el escenario de la sepultura del abuelo de Maxime. Poco a poco, empecé a pensar cómo hubiera sido en México. No tanto la ceremonia, sino el cementerio. Me acordé del viaje que había hecho en Michoacán, hace tres años, por esas fechas. Janitzio y Tzintzuntzán fueron los cementerios que conocí, en la noche. Y todo se oponía a lo que se celebra en Francia. El gris estaba ausente. El naranja y el amarillo de las flores adornaban las tumbas de colores pastel. Las candelas iluminaban ese conjunto. Se veían botellas de licores, frutas, fotos, y hasta playeras de futbolistas. Flores representaban bicicletas o instrumentos de música. Lo que era celosamente guardado en las memorias allá, era presente de forma material aquí. Entre los turistas como yo, había familiares de los difuntos, listos para velar a los seres perdidos, con comida guardada en cestos. Olía a tamales, y a veces se podían ver panes de muerto o calaveritas de azúcar. Panes de muertos que sabían a naranja, y calaveritas que eran demasiado dulces para mi gusto. Mucho mejor que el almuerzo normal preparado por mi abuela. Ese viaje que me llevó de la Zona Rosa al oeste de Francia, y desde allá a Michoacán, fue interrumpido por un "Voilà Philippe o Philou", dicho por Maxime, al presentarme a su colega. "¿Listo para ir a Teotihuacán?" me preguntó esa persona que iba a ser también nuestro conductor hacia la zona arqueológica. "Entonces, vamos a ver la Pirámide de la Luna, la del Sol, la Ciudadela y, para respetar el tema del día, la Calzada de los Muertos". Cuando dije que no hice nada respecto al Día de Muertos, me equivoqué un poquito. Al regresar del tour que hicimos, fuimos a comer unos taquitos al pastor, para que Maxime y Philippe no se fueran del país sin haber comido algo típico. Caminando hacia una taquería que había visto Philou, vimos una ofrenda, dedicada al gran poeta Alfonso Reyes. Lo presenté de manera sucinta, como un guía a dos turistas: "Poeta de la primera mitad del siglo XX, poeta, diplomático y francófilo, tuveo cargos diplomáticos en Francia en los años veinte". Mientras caminábamos hacia la taquería, me acordé de ofrendas que había visto en Morelia y de una en particular que me había marcado por su símbolo. Era dedicada al famosísimo autor que falleció algunos meses antes. Ese escritor fomentó mi voluntad de venir a México, por sus libros que retrataban el México contemporáneo: revolucionario, posrevolucionario y actual. Ese autor era Carlos Fuentes. Así pasé el día de los muertos que no celebré, mientras la muerte sí estuvo presente. *Estudiante francés del Taller de crónica literaria CEPE-CU, UNAM, Ciudad de México. Deja tu comentario en el blog de la revista. |
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