Camino a la inmortalidad
Marisol Naranjo García*
Recorriendo los altares de la escuela me topé con una casita que te invitaba a pasar, con un letrero que decía: si quieres vivir por siempre, entra aquí. Camino a la inmortalidad, ¿para qué? Había tanta gente formada y me pregunto para qué quieren vivir por siempre, ¿cuál es su móvil? si de todas formas parecemos muertos, y los muertos están más vivos.
No es que no disfrute tomar un chocolate con pan, pero no lo quiero de muerto. No sé de quién me vaya a tocar.
Ya me imagino a Jelipito de niño, saboreando un pan de muerto en el carrito verde que le regaló su tía, la Negra. Jelipe ahora es un joven prometedor, y lo traigo a colación porque me lo acabo de topar. Él estudia Medicina entre semana, en una prestigiada escuela online y también estudia Derecho en el colegio Mexicano Abierto, allí va los fines de semana. El caso es que él también puso su altar y anda obsequiando chocolate y pan de muerto a toda la gente que pasa por ahí. De paso les checa la presión por si necesitan medicamentos, pues él se dedicó a recolectar, en casa de sus familiares y amigos, todos los que ya no se ocupaban, para dárselos a la gente que lo necesitara.
Marisol Naranjo García
Yo le dije que no quería pan de muerto porque ya estoy harto, tampoco chocolate caliente porque mi estómago anda resentido por los corajes que he pasado últimamente. Es que comí mucho y en el pasillo de la Salmonella, le expliqué. Luego insistió en darme medicamentos porque aunque no le permití que me tomara la presión, me dijo que me veía pálido y ojeroso. Le expliqué que no tengo trabajo y que me cuesta dormir por las cosas feas que suceden. Entonces me dio un tip, me dijo:
Escribe en una hoja todo lo que sientes y todo lo que te preocupa, luego la arrancas y la tiras hacia arriba, ¡hacia el cielo!
¡Por supuesto que se me hizo infantil! Ya de niño intenté agrandar las nubes aventando algodón mojado hacia el cielo, y siempre se me regresó. Pero él es optimista, y al ver mi cara desparpajada por fuera y llena de rabia por dentro, me dijo:
¡Escucha!
¿Qué?
Los helicópteros. Tú avienta tu hoja con tu nombre y un helicóptero la va a cachar, todo va a salir de maravilla.
Miré los helicópteros verdes y hasta entonces recordé que su ruido me alucina. Llevo todo el año escuchándolos en cada ciudad a la que voy, por eso lo había bloqueado de mis facultades auditivas, y Jelipito me los recordó.
Ya no quise seguir vendo altares, así que caminé hacia la salida. Sin darme cuenta me metí a una junta estudiantil, no había chocolate, ni pan de muerto. Había un muerto y todos estaban amontonados observando y proponiendo qué hacer con él, al parecer era un compañero de ellos. El chico tenía una extraña sonrisa en su rostro, y todos los que mirábamos teníamos un tono grisáceo, un semblante mohído y los ojos vacíos.
De pronto me impactó una voz que se escuchaba a lo lejos. Intenté moverme para escucharla de cerca, pero no podía, y el viento frío no me movía ni un centímetro de donde estaba. Vi pasar muchos niños gritando:
¡Vamos a formarnos, quiero ser inmortal!
Y sus padres los llevaban a la casita de la enorme fila, que se veía desde mi lugar.
Me impacienté porque ya no podía sentirme y ninguna parte de mi cuerpo me obedecía. Mis pies murieron, morí de un brazo y morí del otro. Murió mi pecho y mi cintura, murió mi sexo y mis piernas, murieron mis manos y mis hombros, pero no moría mi cabeza.
Podía ver cómo Jelipito seguía en su altarcito repartiendo pan de muerto, chocolate y medicinas. Su altar de muertos estaba lleno, todos le tomaban fotos.
Yo dejé caer mi cabeza, salí rodando y choqué con el chico al que observábamos. Quedamos frente a frente, y fue inevitable, comencé a reír con él. Los observadores se fueron al paso de algunos segundos, minutos, horas, días, semanas, meses, años, siglos, no lo sé. Porque al reír con el chico me morí de la cabeza también y perdí la ilusión de vivir, y la muerte se me ha hecho eterna.
* Estudiante mexicana del curso de Crónica
CEPE-UNAM, México D.F.