Un primero de abril
Philippe Genest*
Juan Guzmán empezó a trabajar en una planta de Cuatro Caminos hace ya más de 15 años, después de que Lupita, su mujer, lo abandonó y se mudó con su única hija, Cecilia, a Guadalajara, lugar donde pensaba realizar sus sueños. Así se acabó la vida de Juan. Sin lugar para vivir, sin trabajo, porque la tienda en donde él trabajaba estaba en la casa de Lupita, inició su nueva carrera en una industria especializada en la reparación de secadoras defectuosas en México.
Juan no tenía muchos amigos. De verdad, no tenía ningún amigo sino sus compadres de trabajo que siempre se estaban burlando de su problema de tartamudez. Juan no tenía mucha suerte tampoco, y este primero de abril no parecía diferente de los otros. Se despertó a las siete, fue hacia la estación del metro y comió en la calle Rodolfo Gaona, antes de bajar a los andenes, como lo hacía cada día desde que su familia había huido de su vida.
Realmente ese día no era diferente de los otros. En el momento en que entró en la estación del metro, reconoció el olor a sudor muy fuerte de todos los días. Las escaleras, atascadas como siempre, estaban llenas de este ruido confuso de voces y de pasos, ruido que Juan ya no podía oír . Ahora el ruido era parte de él mismo.
Llegando al andén en dirección a Taxqueña, luchó para obtener un sitio en frente de la vía, pero sin molestar a los otros pasajeros. Ya no tenía fuerzas para combatir o enojarse con su existencia. Así, siguiendo su rutina, esperaba la llegada del metro cuando de repente vio algo, alguien que podría iluminar su día. Una mujer joven y bella apareció como una luz en la oscuridad de la masa sin rostro. A partir de ese momento, su día pareció diferente de los que le precedieron. Pero él no sospechaba que ese evento cambiaría definitivamente su rutina diaria. En ese momento, los dos esperaban el metro, pero con dos motivos distintos y a la vez parecidos.
Parecidos, porque los dos no estaban seguros de que la vida valía la pena, y distintos por que sólo uno de ellos había encontrado su repuesta ese primero de abril. En el momento en que Juan descubrió que la muchacha quería saltar en frente del metro, desapareció entre la masa de desconocidos para alcanzarla e intentar salvarla. Él lo sintió como una misión casi divina, decidiendo el destino de otra persona, pero eso no es lo que la masa notó, sino que Juan era un agresor que intentó dañar a la muchacha.
No fue sino hasta el día siguiente, en la cárcel, cuando un oficial le llevó el desayuno y le dio el pésame por la muerte de Cecilia Guzmán.
*Estudiante quebequense de Intermedio 3
CEPE-CU, UNAM, México
Genest.philippe@gmail.com