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Migrantes en la jungla

G. José Wiedenfeld*

La Jungla de CalaisEn 2016 pasé tres semanas en la jungla de Calais, en Francia. No era una selva, sino un campamento de migrantes, y se llamaba así porque era percibido como un lugar salvaje sin leyes. Además, las personas con orientación racista veían a los migrantes africanos a través de esa lente. Sin embargo, todos la llamaban la jungla, también los habitantes empáticos que encontré allá. Esperaban en la frontera del canal inglés para cruzar hasta Londres cuando pudieran.

Había pasado varias temporadas en cada rincón de Francia como estudiante, pero esa vez era única. Un compañero hacía un documental (1) sobre la situación de una manera interesante. Él quería darles voz a los habitantes para que filmaran sus propias vidas en la jungla. Como yo iba a pasar un mes en París ese verano, viajé dos semanas antes para ayudarle con la película.

Llegué una semana antes que el director y me ofrecí como voluntario en una organización que se llamaba Help Refugees. Proveían a los migrantes de ropa y artículos de higiene personal que fueron donados por británicos. No me había imaginado que ordenar las donaciones y la distribución hubiera requerido tanto trabajo y cuidado, pero la gran escala de la operación y la situación tan extraña hicieron que fuera complicado transferir muchas cosas de manera gratuita. ¿Cómo evitar que la gente desesperada se peleara y que no se sintiera avergonzada? Se había creado un proceso de clasificación en el depósito y otro proceso de fila y de elección en ciertos puntos de distribución en diferentes barrios del campamento, con ciertos tipos de artículos disponibles en ciertos días y horarios. Por ejemplo, las camisetas se obtenían los miércoles de la una hasta la tres y media por la tienda en el barrio afgano.

La Jungla de CalaisCuando trabajaba en la distribución podía encontrar a varios migrantes. Hablaba con la gente en la fila cuando era asistente o agente de selección. Conocí hombres de Darfur, en Sudán, de Etiopía, de Afganistán, de Irán, de Iraq y de Eritrea. Todos buscaban una mejor vida en Londres. Tenían lo que llamamos “el sueño americano”, sólo cambiado al “sueño inglés”, ya que este país está más cerca. Dejaban las guerras en sus países o problemas políticos y sociales. Por ejemplo, Noah se fue de Sudán porque toda su familia y su aldea habían sido asesinadas por otro grupo étnico beligerante cuando era niño; creció en Jartum, pero sufrió abusos una vez cuando salió de la preparatoria. Hablaba bien inglés, atravesó Libia, el Mediterráneo, Italia y Francia para llegar a la jungla. Sufrió mucho, pero logró llegar al destino que muchos no pueden alcanzar. A mí me sorprendía siempre la buena actitud de Noah y de otros migrantes.

En otoño de 2016 la jungla fue demolida por el estado francés y los habitantes fueron reubicados en varias ciudades del país. Francia le dio asilo a Noah, quien vive ahora en París. Aunque parece ser un final feliz, integrarse a una sociedad extranjera nunca es fácil. ¿Soñaban con aprender otro idioma, seguir cursos en esa lengua, empezar una carrera, ser diferentes de los nativos, pero no obstante, hacer amigos? Son los retos de todos, aunque todo es más pesado para el migrante. Junto con la motivación humanitaria de apoyo, Francia ha comprendido la riqueza del carácter y de la cultura de los migrantes que llegan a ese país.

 

(1) El documental es del director Jean Bodon: No. 5096: Le visage de la honte (2019)

Fotografía 1: Noah en el campamento, enfrente de una tienda, en La jungla en junio 2016

Fotografía 2: Un amigo de Noah en una fila desconocida, también en 2016

 

*Estudiante de Estados Unidos del curso Redacción y conversación 6
 CEPE-CU, UNAM, Ciudad de México


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