Una experiencia laboral en México
Hiromi Yanagida*
Hace tiempo salí de la universidad sin terminarla y vine a México yo solo. No tenía idea de qué haría en el futuro, pensaba que el curso de español iba a seguir para siempre. Ya les había prometido a mis padres que, cuando el curso terminara, trabajaría y sería un hombre económicamente independiente; sin embargo, yo no estaba listo a pesar de que el curso de español estuviera acabando. Estaba inseguro, inmaduro y asustado en ese tiempo. Un amigo chino, llamado Yan, con quien jugaba basquetbol en el parque situado cerca del metro División del Norte, me invitó a trabajar con él. Me dijo que le faltaban manos en su tienda de cosméticos y que si quería trabajar para él. También me dijo que podía ir a probar un día. Su tienda se encuentra en la plaza Peña y Peña, situada cerca del metro Tepito. Pese a la mala reputación de ese lugar, acepté ir.
Aquel día me puse muy nervioso por ir a Tepito, sentía que todos los nervios del cuerpo estaban tensos y que, en cualquier momento, podían explotar. Yo no podía estar relajado hasta que me encontrara a Yan en el camino. Me saludó y me llevó a su tienda, que está dentro de la plaza. Aquella plaza no es como otras. Para empezar, las tiendas no tienen decoraciones, todas las tiendas se parecen mucho, de manera que uno puede perderse en ese laberinto. La mayoría de las tiendas tiene nombre en pinyin (el alfabeto chino), pero en esas tiendas trabajan muchos mexicanos. Unos hombres llevan diablitos[1] cargados con cajas de cartón diciendo: “¡Con premiso!”, “¡Aguas, aguas!”. El oleaje de gente va y viene. Quería ver más, ya que todo era tan diferentes de lo que yo siempre había visto, pero ya habíamos llegado a la tienda. Yan saludó a un jovencito chino que estaba almorzando en un recipiente de unicel. Estaban también una muchacha mexicana (atendiendo a un cliente) y un hombre mexicano, empaquetando productos en una caja de cartón a la que parecía que llevaría a otro lugar. Mi amigo Yan le dijo al jovencito chino: “Yi, cuando el trabajador termine de empaquetar la caja, lo acompañas”. Yi le respondió asintiendo con la cabeza. Luego, Yan se volteó hacia mí y empezó a explicarme lo que tenía que hacer; mi trabajo era muy fácil, sólo tenía que “cuidar” la tienda y los productos. Además, me dijo que, si podía vender, sería genial, y que su madre y su novia me ayudarían. Entonces Yan me hizo dejar mi mochila en su tienda y me llevó a la tienda de sus padres. Para ello, bajamos las escaleras, hicimos unos giros y llegamos a otra tienda. En esa tienda estaban seis personas: dos trabajadoras mexicanas, una trabajadora china, la novia y los padres de Yan. Entonces, saludé a sus padres, que estaban frente de una computadora haciendo las cuentas en el centro de la tienda. Yan me trató de tranquilizar, me dijo que no me pusiera nervioso y que, si alguien me preguntaba el precio de alguna mercancía, preguntara a sus padres o a las trabajadoras. También me comentó que, si yo hacía un trato con un gran cliente, me daría premios y que poco a poco yo aprendería más cosas. Después de decir todo esto, sonrió y se fue.
En la tienda colocaban productos cosméticos que ni si quiera sabía cómo se llamaban en mi lengua nativa; conforme trabajaba, comencé a familiarizarme con los productos tales como delineador, sombra, base, mascarilla, etcétera. Las chavas fueron muy amables y simpáticas y me enseñaron el contexto del trabajo; no se impacientaron ni un poco cuando les pregunté sobre los precios una y otra vez. Cuando no había clientes yo me ponía a platicar con las trabajadoras: la novia de Yan, Ana y Ali. Desde la plática con las muchachas, supe que la novia de Yan también estudió en el CEPE, y después de los cursos, estudió administración en la UNAM. Tuve que respetarla dado que ella (siendo una extranjera) presentó un examen que no estaba en su idioma junto con los mexicanos. Ella lo aprobó y algunos mexicanos no.
La otra chava, Ana, es un año mayor que yo, ella tuvo una hija cuando era más joven. Parece que ama mucho a su hija, pero no supe sobre el padre. Yo tengo mucho interés en Ana porque ella habla inglés como hablante nativo; luego supe que cuando ella era pequeña, su papá la llevó a Estados Unidos cuando era un “pollero”[2], por eso vivía en Los Ángeles, hasta que el gobierno estadounidense demandó a su papá. Ella tenía 17 años en ese tiempo y regresó a México sin terminar la preparatoria. Sin embargo, yo no había podido entender por qué ella, hablando español e inglés perfectamente, se encontraba trabajando en un lugar como Tepito, hasta que ella me dijo que, en México, las compañías no aceptarían a una persona sin documentos, lo cual a mí me parece absurdo, ya que ella sí tiene habilidades y potencial, además de que es muy joven, por lo que debería trabajar en un lugar donde pudiera presumir lo que es ella misma. Además de las buenas características que posee, ella es valiente y justa; la alabo tanto porque, una vez, un policía estaba “limpiando” el piso, se acercó a nuestra tienda y, viendo que estaba una bolsa de basura a mi lado, el policía me dijo fríamente: “¡basura!”. Al principio no me di cuenta de qué quería, me quedé viéndolo unos segundos, y otra vez me dijo: “¡basura!”, esta vez con coraje; entonces, recogí y tiré la bolsa al bote que el policía movía pateándolo. Inmediatamente vino a mi lado Ana y le insultó furiosa diciéndole: “¡Chinga a tu madre[3], tú no tienes derecho de pedirle nada, puto![4]”. El policía la ignoró y ni siquiera volteó a mirarla. Luego, Ana volteó hacia mí, tomó unos segundos para calmarse y me regañó: “¿Eres tonto? ¡No tenías que recoger la basura!, ¡El pinche[5] policía te utilizó con tal de no tener él que agacharse para recoger la basura!”. Tomó un respiro y volvió a hablar, pero ya con cariño: “¡Ay, Hiromi, acuérdate! La próxima vez, si te piden recoger la basura, ignóralos”. Al terminar de decir todo eso, regresó a su lugar, me dejó solo en donde yo estaba; tuve una sensación inexplicable dentro de mí. Recuerdo ahora que estaba conmovido, su acto llegó a mi alma, pues se indignó por una injusticia.
Ali, la otra chava, también era simpática, divertida, siempre se reía, pero sólo la vi una vez. En los días posteriores, pregunté a Ana por qué ya no estaba Ali y parecía que ella tampoco sabía la razón, sólo se burló de la gordura de ésta. De bocas de los padres de Yan supe que la despidieron por tratar de engañar y robar dinero. No les quería creer, pero no sabía por dónde investigar, sólo tuve la opción de creer.
Después, tuve la oportunidad de saber la historia de vida del padre de Yan, quien conversó conmigo. Supe que él es una persona a quien le gusta viajar mucho, es famoso en su pueblo por haber podido subir exitosamente a la mitad de la montaña Everest; es una persona interesante; me contó sobre una teoría del origen de los japoneses. Dice que a él le gustaría viajar a Japón y conocer el bosque de las suicidas, etcétera. La mamá de Yan es una persona seria, estricta; maldijo a los coreanos que vinieron a la tienda por no comprar muchas cosas y me dijo que pusiera atención siempre porque hay muchos ladrones; yo no quería sospechar de la gente, mas, una vez, vi cómo agarraron a un ladrón y cómo lo golpearon. Toda mi imaginación buena hacia la gente se rompió; la situación fue así: había un señor de casi 60 años que parecía con prisa y quería pasar por nuestra tienda, pero un dueño chino de la tienda de al lado de la nuestra, lo agarró diciéndole: “¡Pendejo!” y lo llevó a su tienda, lo golpeó horrible con un bat y sacó unas mercancías de la bolsa que llevaba el señor. Los policías eran nada más decoraciones, pues no hicieron nada. ¿Cómo es posible que, cuando uno es robado, el criminal debe ser castigado por uno mismo? El señor se fue tristemente con la cabeza hacia abajo, parecía un niño que había hecho algo malo. Pensé entonces, ¿qué haría yo cuando nuestra tienda fuera robada?
Cierto día, me encontré con un chavo nuevo en la tienda; se llama Miguel, y tiene el cabello muy rizado. Llama a la mamá de Yan, “mamá”, pero Miguel no es hijo de ella; por lo tanto, le pregunté "¿por qué Miguel la llama a usted “mamá”?" La respuesta fue “No sé, que me llame como quiera”. Si yo fuera ella, nunca dejaría que la gente me llamara mamá sin saber la razón. Sólo por curiosidad, fui a preguntarle a Miguel la razón y me respondió riéndose que él era chino, pero chino de cabello, así que su mamá debería ser una china. La mamá de Yan no sabía la razón hasta que le expliqué.
Alberto también trabaja en la tienda de Yan; él es bajito, gordito, amable y me saluda chocando nuestros puños; tenía todo el cuerpo lastimado cuando lo conocí y Yi me aseguró que habían asaltado a Alberto, pero la verdad fue que se cayó de su motocicleta. Una vez, me hicieron hacer algo desagradable, ¡tuve que vigilar a Alberto cuando cargó una caja de cartón desde la tienda de Yan a la tienda de sus padres! Una distancia de menos de 200 metros. Por supuesto, yo no cargué nada, la tarea era únicamente vigilar. No obstante que me dijeron que era una caja llena de mercancías que valen mucho más que lo que ellos ganan en un mes, no quise vigilarlo porque me dio mucha pena. Quería preguntarle cómo se sentía, pero no lo hice.
Yi, el jovencito chino de 17 años, estudia en la tercera mejor prepa de México, siempre habla mucho conmigo, parece que no había platicado en mucho tiempo. Luego supe que no podía hacer amigos en su escuela por ser de una cultura distinta. La razón de que haya venido a México es que no se quedó en una prepa famosa de China, por eso su papá lo trajo a México. Yi presentó un examen de ingreso a preparatorias mexicanas sin conocer muy bien el español, ¡y se quedó, adivinando las respuestas del examen! Me dijo que todos los días se dormía durante las clases por no poder entender la lengua.
Cada día supe más cosas en la tienda de mi amigo Yan. Los productos que venden son “piratas”; esa es la razón de tener dos tiendas: una tienda con precios altos y la otra no tan altos. A la hora de cerrar es cuando hay más ladrones; he aprendido que es mejor hacer marcas a las cajas que están llenas de productos, si no, las robarían pateándolas. También supe que cerraron una tienda que estaba cerca de la tienda de Yan porque sospechaban que había enfermos de Coronavirus.
Una vez me pidieron trabajar en el almacén que se encuentra en otra estación del metro porque había una descarga del contenedor de un camión. Por llegar tarde el chofer del camión, tuvimos que esperar a que terminaran de descargar los otros camiones así que, finalmente, pudimos trabajar desde aproximadamente las 12 de la noche. Mi trabajo fue vigilar a un grupo de trabajadores que descargaban las pesadas cajas. Los trabajadores eran chaparritos, hablaban una lengua indígena y eran inteligentes, ya que cargaban las cajas pesadísimas usando su manera especial: primero ellos iban a la orilla del camión, usaban cuerdas para enganchar la parte superior de las tres cajas, bajaban sus cabezas y una vez que las cajas estaban sobre ellos, se levantaban usando la fuerza de los pies; así iban y venían. No creí que los trabajadores en cualquier país avanzado pudieran trabajar tan efectivamente. Cuando los vigilaba, miré hacia el cielo y me puse a pensar que compartimos este cielo tan hermoso y estrellado, pero con la cabeza abajo, uno nunca podría ver al cielo; sólo la gente rica y la gente que está en una sociedad segura puede verlo. ¿Qué había frente a mí en la noche de tal día? Los trabajadores que trabajaban duro ganaban mucho menos que yo, que no hacía nada, excepto vigilar; los trabajadores, al ver a una mujer vestida en pijama, comenzaron a coquetearle y chiflarle desde lejos; cuando se les acercó, los trabajadores supieron que la mujer estaba drogándose con inhalador. Todos se quedaron callados. Un policía estaba sentado en su patrulla, esperando que le pagáramos; unos ratones buscando comida, remataron el cuadro en esa calle sucia. Después de todo lo ocurrido, me llevaron a casa en la camioneta de los padres de Yan; en la parte trasera del vehículo; yo iba acompañado de cajas de cartón pensando cómo iba a iniciar a escribir mi proyecto final.
Fuente de imagen: Foto del autor.
*Estudiante de Japón de Español 8 del Curso de Literatura Mexicana Contemporánea
CEPE- Ciudad Universitaria, UNAM, CDMX, México
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