Casi hermanos
Roberto Cortés
No sé cuántas veces le dije, pero fueron muchas. En innumerables conversaciones trataba de hacerle entender a José que mujeres como Mirna no se encontraban a la vuelta de la esquina, que tenía que procurarla más, que debía dedicarle tiempo, pero nunca me hizo caso.
Todo lo hice siempre motivado por la amistad que me ligaba a él: nos conocimos desde la primaria, crecimos juntos, jugamos siempre en el mismo equipo. Nos contábamos todo. Éramos como hermanos. Por eso cuando me di cuenta que su noviazgo con Mirna naufragaba, fui el primero en acercarme y aconsejarle.
Mirna era una hermosa mujer morena, inteligente y agradable. El sueño de todo hombre. Pero lo más fabuloso era verla bailar, tenía el ritmo en sus caderas, no tenían que moverse tanto para llamar la atención, algo muy personal, algo exquisito y sus ojos negros eran inmensos, profundos como la noche.
Por eso le insistía tanto a José "No seas tonto, aprende a bailar, la vas a aburrir..." Pero el muy idiota pensaba que con su cara bonita era suficiente. En fin, yo se lo había advertido.
Después de que Mirna, como era obvio que sucedería, terminara con José, decidí distanciarme un poco de él. Estaba insoportable. Pero ni modo, la culpa había sido sólo suya. Conoció la soledad y se fue aislando, asfixiándose en su tonto rencor, envenenándose la vida, viendo pasar a Mirna en brazos de su nuevo amor, un hombre más comprensivo. El mismo que hasta hace poco le daba consejos y lo consideraba como a un hermano.