Una de las expresiones más barrocas y artísticas que existieron en la Nueva España fue la dulcería. El poder crear una pequeña obra de arte a
partir de ingredientes como el azúcar, la leche, los huevos y la vainilla, entre
otros, es un talento que hasta nuestros días puede vivirse en la gastronomía
mexicana.
A
continuación, me gustaría platicar acerca de los dulces novohispanos, en dónde
surgieron, cómo se preparaban, y mencionar cómo fueron adaptándose a diferentes
regiones del
país, lo que permitió que en cada estado de la República
podamos encontrar un dulce típico.
Puedo
comenzar hablando de uno de los ingredientes esenciales para estas
preparaciones: el azúcar. Durante la época prehispánica,
el azúcar no formaba parte de la dieta, básicamente porque no existía en
América. Una manera en que se incluyó el dulce en la
alimentación de esta época fue a través de las frutas: zapotes, chicozapotes,
guanábanas y mameyes, entre otros.
En el
momento en que Hernán Cortés comenzó a introducir nuevos productos en tierra
firme, la caña de azúcar fue uno de los que más llamó la atención de los
indígenas, pues conocían un producto similar, la caña del maíz, uno de los
pocos endulzantes que podían consumirse en México. Para
los indígenas, la cañas de azúcar eran: "...como alimentos humanos: grandes,
blancos, no pesados, cual si fueran paja. Cual madera de caña de maíz, y como de médula de caña de maíz en su
sabor. Un poco dulces, un poco como
enmielados: se comen como
miel, son comida dulce."
Desde este
primer encuentro, el azúcar fue uno de los ingredientes que más rápido se incorporaron
en la dieta novohispana, ya que tanto los españoles como los indígenas comenzaron a incluirla
en nuevas preparaciones, donde, en la mayoría de las ocasiones, se mezclaban
ingredientes americanos con técnicas de cocción europeas.
Un ejemplo de estas primeras preparaciones novohispanas pueden ser los ates
de tejocote, los postres de calabaza y de camote, o las semillas de calabaza y
los cacahuates garapiñados. Estos
tres ejemplos dependen no sólo del azúcar y la fruta para su preparación, sino
de una técnica lenta de cocción y de la utilización de un cazo de cobre.
Asimilada el azúcar, las frutas y semillas y las técnicas de preparación,
la dulcería novohispana fue aportando un mayor número de preparaciones, entre
las que se pueden mencionar: los buñuelos y muéganos, una pasta de harina y
huevo frita en manteca, aderezada con un jarabe de guayaba; los alfeñiques, un
tipo de dulce macizo o duro; los jamoncillos de pepita de calabaza, y los
macarrones o dulces de leche, entre muchos otros.
Uno de los espacios novohispanos en donde la producción de postres vivió
un esplendor especial fueron los conventos femeninos. En ellos,
las monjas continuaron mezclando y experimentando con sabores, colores y
texturas, con la finalidad de elaborar productos que ayudaran a sostener estos
centros. Este hecho permitió la aparición de los dulces más barrocos, que
enriquecieron no sólo a las mesas novohispanas, sino a la gastronomía mexicana hasta
nuestros días.
Dentro de
estos espacios, las monjas lograron dar rienda suelta a su imaginación, creando
golosinas que las hicieron famosas fuera de los conventos. En la ciudad de
México, podían encontrarse las ricas empanadas que elaboraban las monjas del
convento de la
Concepción, las conservas y bizcochos en el
monasterio de San Bernardo, o los famosos caramelos que se preparaban en el
convento de San Lorenzo.
Cuando
estos centros religiosos comenzaron a expandirse por la Nueva España,
los dulces novohispanos se fueron enriqueciendo y regionalizando gracias a la
aportación de diferentes ingredientes típicos de la zona en que se elaboraban.
Por ejemplo, en Puebla, debido al clima de la región, era fácil
conseguir camotes, los cuales dieron paso a los famosos dulces del convento de
Santa Clara; en Querétaro, gracias al convento de Santa Rosa se podían
conseguir las puchas, unos panes
especiados con anís; y en Yucatán, las monjas de la orden de Santa Clara
sobresalieron por sus mazapanes que imitaban diferentes tipos de frutas, hechos
con pasta de almendra o cacahuate.
Gracias a esta influencia de los dulces conventuales, algunos sectores de
la sociedad novohispana se interesaron por la fabricación de dulces
artesanales, razón por la cual surgieron los primeros gremios y fábricas
dedicadas a este negocio.
Sin
embargo, no fue sino hasta entrado el siglo XIX cuando estos comercios
comenzaron a ser populares, pues las monjas continuaron produciendo estas
golosinas hasta la época de la
Reforma, que dio fin a una larga tradición
colonial.
Afortunadamente,
hasta nuestros días es posible encontrar estas dulces especialidades en el
amplio repertorio de la gastronomía mexicana. Así que cuando visiten algún
lugar de la
República, o en la propia ciudad de México, en
el pueblo de Santa Cruz Acalpixca, en Xochimilco, no olviden probar esta rica
herencia novohispana.
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Ate |
Garapiñados |
Cazo de cobre |
Buñuelos |
Jamoncillo |
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Macarrones |
| Alfeñiques |
Tradicionales camotes poblanos |
Mazapanes de frutas |
Puchas queretanas |
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