Un sueño que se realiza
Margaret Bott
Recientemente fui a Perú y realicé el sueño de mi vida: recorrí El Camino del Inca. Había leído muchas veces la historia de los incas y había visto fotografías del fabuloso Machu Picchu , pero para mí la experiencia de estar allá fue mucho mejor de lo que pude imaginar.
Después de una noche en Lima, mi marido y yo volamos directamente a Cuzco, donde nos quedamos cuatro días para aclimatarnos a la altura. La altitud de Cuzco es de 3,400 m. y por eso necesitábamos descansar mucho. Sentimos inmediatamente los efectos de la altitud. Cuando caminábamos en la calle, sentíamos que el corazón nos latía muy fuerte.
Cuzco es una ciudad sumergida en historia, tradición y leyenda. Según una leyenda precisamente, la ciudad fue fundada por Manco Capac, el hijo del sol y el primer inca. Cuando Colón llegó a América, Cuzco ya era la capital próspera y poderosa del imperio inca. En aquella época, el imperio se extendía casi 4,000 Km. de norte a sur, desde lo que hoy día es Quito, Ecuador, hasta Santiago, Chile. Los incas construyeron una red de caminos en muchos lugares del imperio, de una extensión de 32,000 Km. en total. El Camino del Inca es todavía el más famoso, parte del camino que conectaba Cuzco con Ollantaytambo y Machu Picchu, y formaba parte de la extensa red vial de Tawantinsuyo.
El cuarto día después de nuestra llegada a Cuzco salimos muy temprano de la ciudad y viajamos a lo largo del Valle Sagrado, en el principio del Camino, hasta el Km. 88. Fuimos con un grupo formado por un guía, un cocinero, un cocinero ayudante, seis porteadores y tres excursionistas -"trekkers"--, dos personas de Inglaterra y una señorita de Argentina.
Atravesamos un río que se precipitaba, el cual seguimos la mayor parte del día. Pasamos varias comunidades y pequeñas granjas aisladas, hasta que finalmente estuvimos solos con las montañas. Pasamos la primera zona inca, Laqtapata ("pueblo en la ladera"). Como en muchas otras zonas incas, los andenes eran espectaculares. Los porteadores siempre iban delante de nosotros, así que cuando llegábamos al sitio de acampar, todas las carpas estaban montadas y el cocinero había empezado a cocinar. El ruido del río era ensordecedor, pero no nos estorbaba para dormir bien.
El guía nos advirtió que el segundo día sería difícil y nos avisó que camináramos despacio. No podríamos haberlo hecho de otra manera. La ruta subía continuamente, siempre ascendente, siempre hacia arriba. A veces, había cientos de escalones muy altos, muy escarpados. Mientras más alto escalábamos, más dificultad teníamos. Cada 6 ó 10 pasos, tenía que pararme para respirar profundamente. Mi corazón latía como si fuera a salírseme y mi pulso alcanzó 160.
Continuamos subiendo hasta donde nuestro guía nos esperaba, en Warmiwañusca, o "El Puerto de la Mujer Muerta", nombre apropriado, en mi opinión, ¡porque pensaba que yo iba a ser la próxima mujer muerta! El abra estaba a una altitud de 4,200 m y tuvimos una gran sensación de éxito cuando lo alcanzamos, especialmente cuando los jóvenes de otros grupos empezaron a aplaudirnos: ¡dos ancianos llegando a la cima!
El descenso fue peor. ¡Ay, las rodillas! Continuamos descendiendo hasta nuestro campamento. Cuando llegamos allí, habíamos caminado diez horas, pero solamente doce kilómetros.
El tercer día nos levantamos a las seis y nos pusimos en camino, ascendiendo a la segunda abra, Runkurakay, a 3924 m; pasamos una ruina de estructura circular, probablemente un mirador de los incas.Desde ahí, la vista era estupenda, las montañas, los valles y siempre las nubes.
Bajamos a la ruina de Sayaqmarka, un pueblo inca muy bien conservado, luego, a través de un túnel, hasta la tercera abra y la ruina Phuyupatamarka (a 3,600 m.), un complejo fortificado, con andenes y baños rituales. Desde la cumbre se logra observar otros conjuntos de sitios arqueológicos. Todos estábamos muy emocionados aquella noche pensando en el día siguiente y en nuestro destino. Tuvimos que levantarnos a las cuatro y media para llegar al amanecer a La Puerta del Sol, desde donde se veía Machu Picchu.
Cuando llegamos al mirador, se había reunido un grupo grande. Había mucha emoción entre la gente cuando el sol se estaba levantando y la neblina se arremolinaba sobre las ruinas. Se abrió una vista mágica e inolvidable.
Existen varias teorías sobre la ciudadela de Machu Picchu, pero muy pocos datos precisos. Sólo se sabe que fue construida, poblada y luego abandonada entre 1400 y 1500, y mantenida en secreto, de manera que los españoles no se enteraron de su existencia. Fue redescubierta en 1911 por Hiram Bingham y, de acuerdo con las excavaciones y estudios, su población habría llegado a los 1,000 habitantes, mientras que sus áreas de cultivo alcanzaban para alimentar una población varias veces mayor. Otro hecho extraño es la relación de 10 a 1 entre mujeres y hombres, según los esqueletos encontrados.
Para descender a las ruinas necesitamos otra hora.Tomamos muchas fotografías durante el descenso y durante la visita de la zona arqueológica. Es posible ver cuatro sectores claramente diferenciados: zona de cultivos, sector real, recinto sagrado y área de viviendas.
La magia de Machu Picchu nos hizo volver al día siguiente. Queríamos subir a Huaynu Pichu, la montaña mas alta, telón de fondo de Machu Picchu. El camino era muy escarpado, con escalones inmensos y muchas rocas. Sin embargo, valió la pena el ascenso, la vista era maravillosa.
Mi viaje a Machu Picchu fue memorable. Después de cuatro días caminando, a veces con dificultad, la llegada a Machu Picchu fue más que una recompensa. Para mí, estar en las ruinas, rodeada por montañas muy altas, fue una experiencia espiritual que no olvidaré jamás.