Cavilaciones sobre el quehacer humanístico: su importancia y su necesidad hoy día
Enrique Meléndez Zarco*
Desde que el ser humano cobró conciencia de sí mismo y de su entorno, ha dejado una serie de huellas excepcionales que advierten de su creatividad, de sus cuestionamientos, de sus afectos y desafectos, de sus hábitos, de sus creencias, de sus expectativas, de sus conflictos, así como de su anhelo por conformar mundos y realidades alternativos. La expresión de lo humano lo mismo se deja ver a luz de un libro, de un bastidor, del trabajo a cincel, de una pieza musical, dancística o arquitectónica, de un guion dramático o fílmico, de un testimonio histórico o reflexivo, en distintas partes y temporalidades alrededor del mundo. Por todo ello, hablar de las humanidades es hablar de un elemento siempre vivo en la historia cultural de la humanidad, una historia que se extiende hasta el hoy, hasta lo que actualmente hemos vivido, enfrentado y sentido.
En un contexto, a menudo convulso, como el nuestro, en que las distopías, las dudas, el temor, la enfermedad, los disturbios, la desigualdad, la pobreza, la violencia, la fragilidad, el desempleo, la vertiginosidad y la injusticia se han colocado como temas y panoramas constantes en nuestras vidas, cabría preguntarse ¿cuál es el quehacer de las humanidades para una vida más pacífica?, ¿por qué hablar de cine, de historia, de literatura, de filosofía, de pintura, de escultura, de arquitectura o de lingüística en circunstancias nacionales e internacionales no siempre bien avenidas?
Si bien no es un secreto el hecho de que, para muchos, las humanidades son una práctica inútil, en tanto que se asume que no contribuyen al progreso económico, tecnológico, “científico” e industrial del mundo contemporáneo, para otras personas, como docentes, estudiantes, activistas, amantes del arte y de la cultura, y profesionales de distintas disciplinas, las humanidades son un elemento crucial para afrontar cualquier adversidad personal y colectiva y lograr un espacio inclusivo y más sano para todas y todos. Existen múltiples esfuerzos individuales y colectivos en los que se ha puesto de manifiesto su valor y vigencia. Tan solo en México, instituciones como la UNAM, El Colegio Nacional, el INBA, El Colegio de México, el Fondo de Cultura Económica, entre otros, se han sumado desde hace muchos años para reforzar dicho respecto.
Con todo, en torno a las humanidades existe una serie de prejuicios que, de alguna manera, han coadyuvado a acentuar su mala fama, así como la poca estima e importancia que suele concederse a su praxis, disfrute y desarrollo. Todavía es común escuchar que quienes se abocan a las humanidades de manera profesional son unos buenos para nada, una horda de rara avis de vida bohemia y relajada, inservibles para la sociedad, cuyo destino final es “morirse de hambre”. En el ámbito educativo, particularmente en los niveles básico y medio-superior, las humanidades son comúnmente presentadas como asignaturas enteramente teóricas, en oposición a las asignaturas “prácticas”, como la química y la biología o “duras”, como la física ; una escisión poco justificada y, en realidad, engañosa, que va perfilando intereses, proyectos y valoraciones, en detrimento de una formación holística. En la primaria, en la secundaria o en la preparatoria, las humanidades, por lo regular, no solo se ostentan curricularmente como menos importantes o menos “complejas” que otras materias, como asignaturas pasivas de simple memorización de conceptos, nombres y fechas, sino también como expresiones del pasado sin una clara relación con el acontecer del hoy. De ahí que, con el tiempo, en el caso de México, haya habido más de un intento por borrar contenidos humanísticos como los que brinda la filosofía a fin de reconfigurar la oferta educativa.
En este tenor, poco afortunado para las humanidades, es un imperativo cuestionarse ¿qué implica ser un humanista? ¿cómo enseñar, divulgar e invitar a los demás a acercarse a las disciplinas vinculadas con las humanidades, a considerarlas como parte integrante de su vida? Desde luego, toda persona que así lo desee puede cursar estudios universitarios superiores o de posgrado y obtener un certificado que acredite un conocimiento en algún campo humanístico; sin embargo, ¿nos llamaremos humanistas por el solo hecho de poseer un papel que así lo diga?, ¿somos humanistas por saber griego y latín como en la usanza renacentista?, ¿acaso lo somos por entendernos solamente con una élite escolarizada y, por ende, privilegiada?, ¿o bien por publicar masivamente una serie de textos y recibir premios y estímulos económicos por ello? Preguntarse qué significa el quehacer humanístico hoy y asumirse como humanistas en nuestro complejo presente constituye una responsabilidad social y el eslabón principal que determinará cualquier actividad o proyecto que realicemos en la vida, una vida en la cual no estamos solos, sino que somos parte de una colectividad y de un conjunto de circunstancias.
En un inicio dijimos que las humanidades tienen una gama muy amplia de maneras de expresarse en la vida cultural en cualquier sociedad, con medios, materiales e intenciones múltiples. En consecuencia, constituye una labor que debiera recalcarse; en principio, en la escuela donde, para muchos, supone el primer acercamiento con ellas, es el hecho de que las humanidades exceden precisamente el contexto del aula, de los libros, de las bibliotecas, ya que podemos encontrarlas pluricodificadas en cualquier lugar en que nos ubiquemos: en la construcción de una iglesia, en un museo, en un parque, en los medios de comunicación, en el cine y ahora hasta en las redes sociales. Dicha conciencia comportaría el cambio de concebirnos como simples espectadores de una plétora de obras a pensarnos como protagonistas activos de la presencia y vitalidad de las humanidades en el día a día.
Será importante, a su vez, responsabilizarnos en la tarea para lograr que cada vez las personas entiendan con claridad qué beneficios conlleva el ejercicio de las humanidades, en sus muchas posibilidades. Poder hacer comprender la autonomía, la madurez, la sensibilización, el poder de actuación, de felicidad o de dicha que ofrecen las humanidades es una labor que, por supuesto, exige responsabilidad, tiempo y un diálogo maduro y fecundo con otras personas en aras de abrir y descubrir perennemente nuevos horizontes, nuevos mundos. Ser capaces de trabajar la empatía a través de la literatura, de hacer una ejercitación reflexiva constante por medio de la pregunta y la crítica desde la filosofía, de comunicar lo que sentimos a través del cuerpo y la voz, de un instrumento, con el baile y con la música, de sabernos parte de una herencia cultural por medio de la historia, son beneficios de los que no podemos privarnos como seres humanos y los que es posible visibilizar desde la infancia hasta nuestro final.
La presencia y la funcionalidad de las humanidades en el contexto general actual es, en suma, no un producto del azar, sino del actuar y de una toma de conciencia auténtica sobre ellas; el cambio de una mirada despectiva hacia una positiva, la racionalización de su utilidad y de sus beneficios para la vida individual y colectiva serán el resultado de una serie de acciones continuas en beneficio de todas y todos. No es tarde, sino el momento perfecto y necesario para que la asimilación y sensibilización de las humanidades nos inviten a construir un mundo menos dañino, más crítico, libre y ameno para cualquier individuo.
*Estudiante de México del Diplomado en Estudios Mexicanos
CEPE-CU, UNAM, Ciudad de México
Imagen: MNJ, Vienna from Schloss Wilhelminenberg.
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