La Otra en Puerto Escondido
Lin Zhiying (Valeria)*
Empezamos a planear el viaje a Puerto Escondido una semana antes. Al final, fuimos cinco personas juntas, incluso ese tipo que se llama Pedro.
Justo dos días antes de salir, me molesté bastante cuando noté un preludio de la menstruación, pero mucho más cuando oí que ese wey heterosexual iba a ser una de nosotras, el único hombre en nuestro equipo que sabotearía mi plan de ir a la playa nudista. Pero quería ser justa con él. Me cuestioné a mí misma muchas veces por qué sería más incómodo si me viera desnuda un hombre heterosexual en específico que si me vieran así en público. Me quedó la duda.
La noche antes de partir fuimos a la casa de ese wey, Pedro, para finalizar los detalles. Aunque la amiga china en nuestro equipo me había dado su impresión sobre él, que era “un hombre listo para tratar a los demás”. Me sorprendió observar que en realidad él era la persona más atenta que había conocido. Además, supo cómo demostrar respeto.
Llegamos a Puerto Escondido, Oaxaca, el sábado, y fuimos de inmediato a la playa. Llevábamos tres días allí y casi todos los planes interesantes fallaron. El primer día, encontramos un antro gay que resultó estar lleno de hombres gays: una esperada decepción. Hasta en la comunidad queer, los hombres gays destacan más que las lesbianas. El segundo día nos levantamos muy tarde y por eso no tuvimos tiempo para ir a la playa nudista, que estaba un poquito lejos. También queríamos ir a una laguna bioluminiscente, pero sucedió un accidente muy grave y se atascó el camino. El tercer día no fuimos a una excursión, como habíamos planeado, sino que nos quedamos cerca de la playa y vimos el atardecer hasta la noche.
Todas las noches fuimos a bares diferentes. Habría disfrutado más si mi útero no hubiera sido tan travieso como para darme calambres. Compré una pastilla, siguiendo el consejo de Pedro, pero luego me di cuenta de que, si la tomaba, no podría beber alcohol. Y elegí el alcohol. Siempre he tenido una relación muy compleja con mi cuerpo y especialmente con mi útero, que existe en mi cuerpo junto con la Otra, que me alejó de mi organismo como si él se transformara en un desconocido cuando ella, la Otra, vino por primera vez. Cada mes me golpea con fuerza gritando que no soy la verdadera dueña de mi propio cuerpo, y con su flujo de sangre todavía no me ha dejado clara su función evolutiva para la sobrevivencia de las mujeres. Lamentablemente, tuve que pagar 550 pesos por esa Otra que manchó las sábanas del hotel donde nos quedamos. La Otra es tan impactante que la gente ha creado unas normas en las que la vergüenza toma el control. Hasta Pedro me dio algo como una disculpa cuando al final nos requirieron pagar los costos extras: “Lo siento. Si lo hubiera sabido, te habría ayudado y no se habría hecho público” (porque todos supieron de mi menstruación desde que el personal del hotel checó el cuarto). Le dije: “Está bien. No me siento avergonzada por eso”. No tenía vergüenza por la sangre ni por manchar las sábanas, porque era la Otra quien había hecho eso y desafortunadamente cada una de nosotras tiene una en su cuerpo y necesitamos pagar por ella, aguantarla y cuidarla.
Estuvimos tres días en Puerto Escondido, relajándonos y vaciando nuestras mentes, y nos escondimos de todo. Aunque a mí me seguía la Otra.
*Estudiante de China del Taller de Crónica Literaria
CEPE-CU, UNAM, Ciudad de México
Profesor: Eliff Lara Astorga
Imagen: freepik.es (wirestock)
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