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Así eran

Trang Nguyen Thi*

La tía Le se casó muy joven, a los 23 años ya tuvo dos hijas. En todas las mañanas de su vida, no había ninguna vez que se levantara después de las cinco de la madrugada ni había ninguna vez que se acostara antes de la una. Su día era tan largo como el de las otras mujeres tradicionales vietnamitas. Sin embargo, era diferente el día de la tía Le porque las otras contaban con la ayuda de su esposo, pero la tía Le no tenía esa felicidad tan normal.

Su marido la dejó cuando estaba embarazada de su segunda hija. Una tarde llena de relámpagos y truenos, junto con la furia de Dios, insistió él en salir al campo, donde su familia tenía la cosecha medio levantada. Se preocupaba porque el arroz, al mojarse bajo la lluvia, se empeorara, y no lo podría vender a un buen precio. Así que solito se fue al arrozal, sin hacer caso del impedimento de su esposa. La salida le marcó su cita con la muerte, y fue la salida sin haberse despedido de su mujer, de su hija de dos años y de la otra aún no nacida. Entonces, la dejó seguir el camino de la vida sola. Muchas noches, la tía Le dirigía los ojos más tristes del mundo al campo donde su esposo tuvo su último respiro. Parece que las lágrimas de la tía Le nunca se acababan. Tenía toda el agua de todos los océanos. Lloraba y lloraba, hasta que se le hicieron dos bolas debajo de los ojos.

Cuando era joven, la tía Le no era bonita, tampoco era fea. Sus papás eran campesinos, y ella y su esposo, antes de que muriera, también. Pero con toda la pobreza, la tía Le podía criar bien a sus dos hijas. Pensaba que era a la vez mamá y papá y les complacía a las dos niñas como podía. Pero la más grande, como pensaba que tenía todo el mundo, cada vez era más egoísta y eso hizo que la mamá tuviera que reconsiderar su tratamiento y su metodología para educar a sus hijas, para que aprendieran a compartir con los demás.

Un día cocinó arroz con camote. En el momento actual, aunque con la pobreza, pero ella con su buena salud, podría mantener bien a su pequeña familia. Pero cuando estaba joven, el arroz era un lujo y toda la sociedad se sustentaba con el camote mayoritariamente. Y todos sabían compartir lo que tenían con los demás. Entonces, cocinó un poco de arroz con mucho camote. Y la niña le dijo a ella y a su hermana menor: "¡Coman ustedes el camote!". Eso le dolió a la mamá y lloró. Sin embargo, con la tranquilidad, repartió el arroz a todos los miembros, aunque su parte fue una cucharita. Lo hizo para que la niña viera que no podía tener todo el mundo todo lo que quisiera. Después de muchas veces así, su hija ya comprendió lo que debía hacer. Y otro día, la tía Le hirvió tres huevos y le dijo a su niña que repartiera los huevos, el más grande fue para su hermana menor, porque era la más pequeña y necesitaba comer para ser grande, el segundo fue para ella misma porque también necesitaba ser grande para ayudar a su mamá, y el más pequeño, claro, fue para la mamá. Y ella, esta vez le dijo a la tía Le: "Mamá, tú trabajas tanto para todas nosotras, por qué tienes el más pequeño? " y esta vez las lágrimas también mojaron las mejillas huesudas de la tía Le, pero fueron las lágrimas de felicidad. Así, las niñas crecieron con la pobreza y el cuidado de una a la otra.

Pasaron meses y años, la tía Le sostuvo a la familia sin la ayuda de ningún hombre; en los últimos años de su vida, nadie podía imaginar que la tía iba a tener otra felicidad. Pero la sorpresa siempre viene en los momentos que no se la imagina. Una tarde, llegó un hombre de más o menos 60 años, preguntó por la tía Le. Era su primer novio, antes de que conociera a su esposo. Se fue por la guerra y desde entonces no se podían comunicar uno al otro. Al final, la tía Le no pudo esperar más, porque en el tiempo pasado todas las mujeres debían de casarse, si no, la sociedad las iba a juzgar, porque una mujer normal y buena no tenía ninguna razón por la que ningún hombre la quisiera. Luego, el antiguo novio de la tía Le se casó y su mujer murió después de unos años de casamiento sin dejarle a él ni un hijo. Y el señor se enteró de la situación de la tía Le después de la muerte de su esposo, pero no se atrevía a verla, a ayudarla; era un hombre tímido y se sentía culpable de todo lo que le había pasado a la tía Le.

Entonces tuvo que pagar esa timidez y el sentimiento culpable tantos años de vida, tantos dolores de la tía Le y tanta nostalgia que le tenía a ella. Siempre la veía desde lejos y no la enfrentaba para decirle que ya había regresado a su vida, para echarle una mano en sus dificultades tanto grandes como pequeñas. El hombre de tantas hazañas en la guerra no le tenía miedo a nada, pero no osaba ver a la mujer que más había querido en tantos años. Sin embargo, por fin se atrevió a buscarla en su casa una tarde y la mujer lo recibió con una actitud muy extraña, no contenta ni triste, no sorprendida ni esperada, nada más que con una mirada tan familiar. Y sabía que era el último hombre de su vida. Las dos hijas, ya grandes, no se opusieron a la relación de su mamá, porque entendieron que ella, antes que nadie, se merecía tener felicidad.

No hicieron boda; después de una comida con todos los miembros de la familia y después de las felicitaciones de los parientes, se fue a vivir con él. Parece que al final la tía Le podía vivir tranquilamente. La casa de los dos recién casados estaba no lejos de la casa donde vivían las hijas de la tía Le, por eso, regresaba ella a su casa todas las mañanas para cuidar la casa y a sus hijas. Como si todavía vivieran en una misma casa. Cada vez sus hijas la veían más contenta, se veía más joven y ya se le habían quitado las bolas debajo de los ojos.

Sin embargo, otra vez, la sorpresa viene en los momentos menos esperados cuando un día el señor salió y tampoco regresó, y tampoco se despidió de su mujer. Murió de un ataque cardíaco cuando estaba en el mercado para comprarle a su mujer unas flores para su segundo aniversario de bodas. Ésa iba a ser una sorpresa para la tía Le, porque en toda su vida había recibido más lágrimas que flores. Y la mujer se enteró de la situación cuando le regresaron a su marido en una ambulancia con las flores en el pecho.

Otra vez la tía Le volvió a vivir en su casa con sus hijas con la tristeza de todo el mundo. Pero esta vez no pudo sufrir tantos años como la vez que se fue su primer esposo. Falleció después de muy poco tiempo, a lo mejor por la vejez, pero mucha gente decía que por el dolor y la soledad en que la dejó su esposo. Y se dice también que cada vez que sus hijas veían que había una mariposa con dos círculos parecidos a dos bolas en las alas que venía a posarse en las flores en el altar, era la tía Le que regresaba para cuidar la casa y a sus dos hijas.

Notas:

-         La hambruna en el año 1945 mató a dos millones de vietnamitas, 10 veces del número de víctimas de los bombardeos en Hiroshima y Nagasaki, Japón.

-         El nombre "Le" es un nombre auténtico en vietnamita que puede pronunciarse igual en español.

-         La situación de muchas mujeres que perdieron a su esposo o su novio en la guerra contra los franceses y estadounidenses fue muy fuerte. Y si tenían hijos, normalmente no se volvían a casar antes de que sus hijos estuvieran grandes. Ese sacrificio era una de las virtudes de las mujeres tradicionales vietnamitas.

-         Actualmente las mujeres no somos tan tradicionales y trabajamos en las oficinas como toda mujer en todo el mundo.

* Estudiante de Español

**Departamento de Español, Universidad de Hanoi, Vietnam

��gnart3108trang@yahoo.com

Fotografías tomadas de:

http://www.fotocommunity.com/pc/pc/display/17944401

http://journals.worldnomads.com/protonics/photo/17932/510902/Vietnam/Campos-de-arroz