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Lágrimas

Paul Owens

Ilustración: Mario Montes Pozo

-Esta mañana vamos al Mercado de Sonora porque quiero mostrarte al Santo Niño Cieguito, y toda la otra brujería allá- me dijo Mario. -¡No vas a creerlo, cabrón! ¡Es impresionante! Hay una estatua del niño Jesús, sin ojos, y alrededor de los hoyos donde estaban sus ojos hay gotitas de sangre. También hay estatuas de la Santa Muerte, de Malverde, hierbas todas las cosas de la brujería.-Ésa fue unas de mis introducciones al D.F.

Llegamos al mercado, pasando por los pasillos donde choqué mi cabeza con canastas colgando del cielo, intentando pasar por en medio de la gente, sin aplastar a nadie. Fue una locura de gente, cosas, olores. Encontramos las estatuas. Como me había dicho, alrededor de las cuencas había lágrimas de sangre, el rostro tenía una expresión de dolor, de súplica. Después de un recorrido por los pasillos, mirando toda la cháchara mística, salimos a la calle.

-Estamos engentados, mi gringo. Vamos a tomar un taxi.- Paramos un taxi. Le contamos al taxista nuestra experiencia en el mercado. Le mencioné al taxista, un sonriente señor de unos 40 años, que había visto un altar de Jesús Malverde en la Colonia Doctores, y que no recordaba dónde estaba, ¿sería posible que usted sepa dónde está? ¿No le da miedo ir a la Doctores?

- Señor, no tengo miedo de los muertos, ¡pero los vivos son otra cosa!-

Y comenzó a contarnos de su vida. Había sido taxista por años, era casado, tenía dos hijos. Hace un año, él y su familia fueron a Chiapas de vacaciones, se llevaron las bicicletas de sus hijos en el techo de su coche. En un pueblo, el taxista y sus hijos tomaron un paseo en ellas. Un joven indígena le pidió a su hijo de 6 años que le prestara su bicicleta. Su hijo estuvo de acuerdo, y su nuevo amigo anduvo en bicicleta por un rato.

-Cuando le devolvió su bicicleta, mi hijo le dijo: ¿Y por qué tu papá no te ha comprado una bicicleta? -El chavito le dijo: No puede. Mi hijo preguntó: ¿Pero, por qué?

Ya estábamos acercándonos al departamento. Es porque no tengo dinero dijo este escuincle. ¿Y saben ustedes que hizo mi hijo?-

En este momento, el taxista se paró en frente del edificio. Continuó contándonos, su voz coloreada con emoción.  Mi hijo regaló su bicicleta a su nuevo amigo.- En ese momento, el taxista giró en su asiento para enfrentarnos, y comenzó a llorar. -Señores, ¡no saben qué orgullo tengo de mis hijos!- Mario y yo nos quedamos sentados. Yo estaba mirando a este señor, que apenas conocí por la causalidad de elegir su taxi, que estaba llorando en plena plática con un gringo desconocido, con el dolor del amor por su familia. Agarró nuestras manos para despedirnos. - ¡Que Dios los cuide, señores! se despidió y salimos de su taxi.

Tomé una siesta. Estaba escuchando el ruido en la calle, y prendí la tele. Estaba cambiando los canales cuando paré en un canal dedicado a las telenovelas. Había un primer plano de la cara del galán, enormes lágrimas de glicerina corriendo de sus mejillas. Yo estaba hipnotizado. De repente, fue el primer plano de su amante, una mujer, también con lágrimas del mismo tamaño. Creo que al artista del maquillaje se le pasó la mano al usar los efectos especiales.

Mario entró y comenzamos a ver las noticias. La crisis económica mundial. Manifestaciones. Un debate en el Congreso. Una entrevista con una mujer que sufrió una tragedia, llorando. Llegó a la pantalla un anuncio de cerveza, con el tema de fútbol. Mientras tocaba música rock, había imágenes de partidos de fútbol, y los fans celebrando, gritando. Al final, había imágenes de un grupo de hombres, parecían al fin de un campeonato: casi todos estaban llorando. ¿De tristeza? ¿De felicidad? Estaba sorprendido, con la boca abierta. Miré a Mario y le pregunté. Güey, ¿aquí los hombres lloran en los partidos de fútbol? ¿Cuando ganan o cuando pierden? ¿O los dos?- Porque en los Estados Unidos, sólo he visto eufórica felicidad cuando el equipo gana, o rabia furiosa cuando el equipo pierde.

Mario me miró serio.  Paul, no sabes. Cuando pierden, todavía es peor. Sí, aquí en el país de los machos, los hombres lloran. Y mucho.

* Estudiante del curso de Crónica
CEPE-CU, UNAM, México, D.F.