La hiena de Querétaro
Josephine Laframboise*
Alfredo Castaños continuó viviendo en la casa donde había vivido con su esposa y sus tres hijos. Hacía 31 años que no escuchaba las risas y los pasos de los niños jugando. La casa que antes estaba tan llena de vida ahora estaba llena de silencio.
La única conexión que tenía con su vida pasada eran las cartas que recibía de su esposa de vez en cuando. Al principio las abría y leía con la esperanza de que contuvieran pistas sobre sus acciones impensables, pero hacía más de diez años que no había abierto ninguna. Ahora las cartas se acumulaban en la mesa del comedor.
Las cartas decían muy poco pero siempre terminaban con la misma frase: "por favor, dales a los niños un gran abrazo de mi parte".
***
A principios de abril de 1998, Claudia Mijangos Arzac regresó a casa del mercado. Su marido había salido temprano del trabajo y la esperaba en la cocina con un gran sobre en sus manos.
Habían pasado meses o incluso años desde que se habían llevado bien, pero seguramente no le iba a entregar papeles de divorcio, pensó ella mientras caminaba hacia él. Él le dio el sobre sin decir una palabra. Ella lo abrió lentamente y sacó su contenido: una pila de fotos de ella y el sacerdote besándose. Cerró el sobre en silencio y lo miró.
En un tono muy calculado, le dijo: "Haz tus maletas y vete antes de que los niños lleguen a casa de la escuela o haré públicas estas fotos. No quiero que mis hijos sean criados por una mala madre que pone sus deseos por delante de los de su familia. ¡Cómo te atreves a humillarme!"
"¡Yo te humillo! ¿Crees que no sabía de ti y la vecina o de ti y tu secretaria? He hecho todo lo posible para mantener esta familia unida, incluso tragándome mi orgullo. "
Y en ese momento los tres niños entraron corriendo por la puerta principal. Alfredo había olvidado que los miércoles volvían a casa temprano porque su abuela los recogía.
Claudia sabía que era impotente y que su marido conseguiría lo que quería. No podía soportar la idea de dejar a sus hijos y que su marido tuviera la satisfacción de verlos crecer mientras ella estaba en el exilio. ¿Y qué les diría? ¿Que su madre los había abandonado?
Y así, en un acto que la definiría para siempre, agarró un cuchillo de cocina. El peso del cuchillo en su mano la hizo sentir poderosa por primera vez en su vida y sin decir una palabra apuñaló a sus tres hijos, desde el más pequeño hasta el mayor.
Si ella no podía criarlos, nadie iba a poder.
*Estudiante de Canadá del Taller literario de Voces Femeninas: identidades, maternidades y violencias1
UNAM-Canadá
1Este texto es producto del trabajo creativo de tres participantes del taller virtual “Voces femeninas” en la UNAM-Canadá durante el otoño de 2020, impartido por Paula Klein Jara. Este taller fue un espacio para la lectura y difusión de voces femeninas latinoamericanas que exponen los principales conflictos de la mujer como individuo y sujeto social: la identidad, los estereotipos y roles de género, la maternidad y la violencia. Al mismo tiempo, y de manera articulada, se realizaron ejercicios de producción escrita con la finalidad de que las participantes del taller elaboraran sus propios textos enfocados en la exploración de la consciencia, la memoria y la experiencia, con el objetivo de trazar una red de voces compartidas en español.
Imágenes: Canva
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